Javier Riera
De lo próximo y lo lejano

Creo con firmeza -tal vez quizás con una fe excesivamente idealizada, pero desde luego sincera- en la fidelidad del artista hacia esos primeros pasos, a veces dubitativos, a veces seguros y estables, que emprende en el alba de sus inicios creadores. Son esos momentos que, como el primer amor, van a quedar ya para siempre indelebles en la materia emulsionada de su memoria personal y de su historia profesional como artista.
La pintura -lo tengo ya dicho y escrito-, ese viejo oficio de luces y tinieblas que busca incesante e ilusionantemente el quimérico objetivo de mirar, comprender y representar el mundo con el único bagaje de unos pinceles afilados-afinados, unos lienzos, unos gramos de luz y unos tubos de colores y sabores cromáticos, es seguramente uno de los lenguajes plásticos que deja un recuerdo más estable y perenne en aquellos acólitos que se inician en sus artes y en sus partes.